sábado, 25 de octubre de 2008

HORAS EFECTIVAS

Los resultados de las evaluaciones PISA y las realizadas por el propio Ministerio de Educación del Perú, demostraron que la calidad de la educación básica es pésima. Se han dado diversas explicaciones, unas más interesadas que otras. Por ejemplo, desde el lado de los gremios magisteriales, la explicación de estos malos resultados radica fundamentalmente en el reducido presupuesto destinado a educación y desde el lado de la ultra derecha, los responsables de este desastre son los profesores.

Entre los variados factores que influyen en los resultados comentados (desde el estrato socioeconómico de los estudiantes hasta la infraestructura de la escuela, pasando por la tecnología educativa) un factor apareció como oportuno instrumento para la aplicación de políticas retrógradas al magisterio peruano: la duración de la jornada escolar. Este factor, aparentemente incontrovertible, permitiría desacreditar a los docentes frente a la opinión pública (“trabajan solo medio día”) y reducir el “gasto” en salarios (dogma del neoliberalismo).

Es preciso concordar que existe una relación directamente proporcional, dentro de ciertos rangos, entre la cantidad de horas efectivas y la calidad de la educación, suponiendo óptimos los otros factores. Por ejemplo, un estudiante de una escuela particular que estudie diariamente siete horas aprenderá más que un alumno de escuela estatal que estudie sólo cinco horas diarias.

Sin embargo, esta relación directa tiempo-aprendizaje supone que los otros factores han sido optimizados. Es decir, que el estudiante esté bien alimentado, que tenga buena salud física y mental, que existan en el colegio los medios y materiales recomendables, que el número de alumnos sea el adecuado (20 a 24), que el estudiante cuente con los útiles escolares básicos, que el mobiliario sea adecuado y suficiente, que el educador tenga una formación de calidad, etc.

No serviría de mucho que un estudiante tenga “horas efectivas” si está de pie por falta de carpetas o su mesa tienen huecos, o si no tienen cuaderno, lapiceros y colores, o sin en el aula hay 48 alumnos (el doble de lo recomendado por la UNESCO), o si lo único que hay en el colegio son una vieja pizarra y tizas baratas, o si el adolescente está desnutrido, o si sus padres se pelearon porque la mamá gastó un sol más de lo presupuestado. Esas horas “efectivas” no son nada efectivas.

Sin embargo lo más pernicioso de la política de las “horas efectivas” es que lejos de contribuir a la mejora de la calidad de la educación, promueve en los educadores la improvisación y convierte el trabajo educativo en poco menos que artesanal (con el perdón de los artesanos). Conducir una sesión de aprendizaje no es simplemente hablar o explicar lo que el educador sabe. Educar, señores burócratas, es mucho más complejo que sentarse detrás de un sillón y hacer despacho con la ayuda de una guapa secretaria.

Es así porque al educador se le paga por las horas efectivas, es decir, por el tiempo que permanece desarrollando sesiones de aprendizaje en el aula, laboratorio o taller. Pero la educación de nuestros niños y jóvenes es una tarea altamente tecnificada que requiere la inversión, por parte del enseñante, de un tiempo mayor en la planificación y otras actividades conexas muy importantes que le dan categoría de ciencia y tecnología al proceso educativo.

Los más de 300 000 educadores del Perú deben prever cada detalle de la sesión que conducirán: desde su ingreso al aula, sus actitudes, su tono de voz, su vestimenta para promover los valores que la institución a priorizado. La pregunta con la que iniciarán la clase, el ejemplo que presentarán para llamar la atención del estudiante, el material que mostrará para despertar la curiosidad del alumno, los ejercicios en gradiente de dificultad para que el estudiante aplique lo aprendido, la manera en que presentará el nuevo tema, las estrategias para que el estudiante vincule el tema con sus saberes previos, la guía de práctica, la hoja de observación o ejercicios, la lectura, la imagen para el análisis; pero no solo eso, también debe “planificar” cómo reaccionará ante actos de indisciplina para aprovechar ese hecho como fuente para el desarrollo de valores, y así un largo etcétera. Todo esto tomando en cuenta las características del conjunto de estudiantes y al mismo tiempo de cada uno de ellos, así como las características y necesidades de la comunidad.

Como la política de las horas efectivas obliga al educador que permanezca toda su jornada de trabajo en su aula, está prohibido para él realizar la planificación descrita líneas arriba. Usted, amigo lector, dirá que es deber de un buen profesor planificar su clase. El buen educador le dirá que con gusto lo haría pero que debe realizar un segundo trabajo para completar su canasta básica y así mantener a su familia. Además quiere leerles un cuento a sus hijos, ayudarlos en sus tareas, estudiar un poco, realizar ejercicios físicos para conservar su salud, visitar a sus padres, distraerse un poco arreglando su jardín, conversando con sus colegas o viendo televisión (¿o el educador peruano ya no tiene esos derechos?)

Las autoridades del gobierno central dan directivas y normas generales con la finalidad de asegurar la unidad del país. Y como cada institución es única por la diversidad de factores y sus interacciones, corresponde a los directivos y docentes diversificar las normas para adaptarlas a cada realidad particular. El resultado esperado es un currículo que atienda simultáneamente las características nacionales como las locales y que respondan a las necesidades e intereses de los estudiantes. En este contexto, los profesores deberían construir y reconstruir el currículo diversificando la propuesta nacional a partir de un diagnóstico de la institución y la localidad. Pero, ¿en qué momento harán este trabajo si deben permanecer en sus aulas toda su jornada pagada?

Una buena educación requiere que los padres de familia se mantengan en permanente diálogo con los profesores, especialmente en los casos de estudiantes con bajo rendimiento académico o problemas de conducta. Las “horas efectivas” impiden al docente conversar con los padres. Si la madre interceptó por cinco minutos al profesor en el momento en que pasaba de un aula a otra, ya el director ha colocado en el parte de asistencia la tardanza (¡no se puede perder horas efectivas de clase!). Tampoco se podrá realizar reuniones con todos los padres de familia para la imprescindible orientación educativa o tutoría.

Las “horas efectivas” también promueven el trabajo desarticulado. Puesto que el docente no puede realizar reuniones ni otras actividades está impedido de llevar a cabo las imprescindibles coordinaciones con sus colegas y con los directivos. Así, no podrá establecer criterios, lineamientos, estrategias, etc. que permitan un trabajo organizado, sistemático, sinérgico. No podrá realizar reuniones por especialidades, por grados, por comisiones, o institucionales. Así, las “horas efectivas” convierten a cada aula en una isla y a cada profesor en un soldado sin ejercito.

Tampoco se podrán realizar los necesarios diálogos para planificar el año escolar, el bimestre o trimestre o para las evaluaciones periódicas o finales, que de realizarse podrían servir de punto de partida para innovaciones que mejoren la calidad del servicio.

Ya que de efectividad se trata, los educadores plantearán al gobierno el Pago Efectivo por el trabajo realizado: Pagos efectivos por la organización de las actividades en la institución, pago efectivo por la planificación del aprendizaje, pago efectivo por la elaboración de instrumentos, aplicación y valoración en la evaluación de los aprendizajes y pago efectivo por la atención a los padres de familia.

Como la finalidad de la Carrera Pública Magisterial no es mejorar la profesión docente ni la calidad educativa, no dice nada respecto a la complejidad de la función docente y el correspondiente pago por el trabajo altamente tecnificado y coordinado que el país y los tiempos modernos exigen.

Entonces, amigo lector, queda demostrado que la política de las “horas efectivas” solo constituye un instrumento para impedir que los docentes realicen un verdadero trabajo educativo, cuya característica fundamental es su alto grado de organización y coordinación. Los gobernantes no tienen la intención de mejorar la educación de los peruanos. ¿Quizás solo buscan “aceitarse” entre ellos, hacer un "faenón" con cada compra, contrato y venta o cobrar sus “honorarios de éxito”.